miércoles, 30 de marzo de 2011

Escultores del aire

Según cuenta el poeta inglés Clive Wilmer, los hombres somos escultores del aire, en la medida en que modelamos el mundo a través de algo tan etéreo como las palabras. A semejanza del escultor que dota de forma definida a la piedra, el hombre construye la realidad mediante el lenguaje. Así comenzó Wilmer la puesta de largo de The Mystery of Things, su primer libro traducido al español, presentado ayer en la madrileña y acogedora librería Rafael Alberti.

El concepto de escultores del aire lo introduce Wilmer en su poema The names of flowers, que recitó más tarde. Pero al convertirlo en parte de sus primeras palabras, en su tarjeta de presentación ante el público, consiguió que este oyente no dejara de reflexionar al respecto durante el resto de la jornada. Si todos somos escultores del aire, contamos con los escritores como una suerte de profesionales del lenguaje y de la escultura, y entre ellos los poetas, los mejores poetas, serían auténticos maestros a la manera de Michelangelo Buonarroti, quien sostenía que su trabajo se limitaba a dejar salir la imagen que ya existía encerrada en el interior del mármol.
  
Sculptors of air. Nótese que la correcta pronunciación de esta última palabra en el más puro inglés británico, el inglés del profesor en Cambridge Clive Wilmer, es algo así como /éah/, con la segunda vocal difuminada, transformada en onomatopeya, desvaneciéndose en el aire. De modo que si uno dice air se descubre imitando la voz del viento, y corre el riesgo de estremecerse al comprender la magia del lenguaje y la capacidad evocativa de los escultores de palabras.

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domingo, 6 de marzo de 2011

Poética de un balcón


Está fumando en el balcón de un piso que visita por primera vez, un balcón que haría suyo (su baluarte desde el cual dominar Madrid) y un piso que decoraría a su antojo si pudiera. Fuma despacio, y me mira. No sabe muy bien por qué está aquí. La observo y me parece tan ligera, acaso un fantasma que mi mente se niega a desterrar. Se llama María Cavanagh, vive rodeada por un mar de pintura azul, habla con acento del sur pese a que proviene de una isla del norte, y está llena de sueños. Sueños a los que se aferra con la fuerza de quien ha caído y se ha levantado de nuevo, sueños que se condensan en sus ojos enfrentados a los míos. El humo se entromete y me distrae, me obliga a volver a pensar en ella como en un fantasma. Tal vez por eso me cuesta asegurar que realmente exista, porque es una nube frágil como la de su tabaco y, si extiendo los dedos hacia su figura recortada en el balcón, corro el riesgo de que desaparezca.

Ilustración de Isa Montero

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